Propaganda como sistema de control social: “Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad”.

 

El título del presente artículo no es en ningún sentido casual. A través de el se mencionan  los principios de la propaganda del régimen nazi se cimentó, entre otros pilares, en un férreo control de los medios de comunicación. Es profusamente conocido este control  cuyo único objetivo era generar un nuevo “ethos”, un nuevo marco regulador que favoreciese y potenciase al Estado y, sobre todo, a su líder.

El híper liderazgo es una de las características buscadas por el régimen nazi y por Hitler, en todas y cada una de las acciones propagandísticas que llevaron a cabo a lo largo del III Reich alemán. En este sentido, existe numeroso material académico que analiza los distintos soportes utilizados por el régimen, desde cuñas de radio a carteles propagandísticos, desde octavillas a marchas y paradas paramilitares, su estética y simbología. La total supeditación de la información a los intereses del Estado y los intereses del Estado supeditados a los de su líder carismático, su guía, el único capaz de conducir al pueblo al Reich de los mil años. Hoy todavía nos sobrecoge por su belleza y eficacia visual la famosa película de Leni Riefenstahl, “El triunfo de la voluntad”, uno de los mejores ejemplos de propaganda en la historia del cine. Pero, no podemos analizar con un mínimo de rigor el periodo, desde la perspectiva de la información al servicio del poder del Estado o de la propaganda, sin posar nuestra mirada en la figura de Paul Joseph Goebbels (1897-1945). El control total que ejerció desde el Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda no sólo resultó eficaz para los objetivos del Partido Nazi y su líder, sino que implementó y consolidó nuevas técnicas de propaganda que hasta ese momento no habían sido utilizadas. Sus famosos “Once principios para la propaganda”. Situemos nuestra mirada sobre alguno de ellos.

Principio de la vulgarización.

Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; mensajes simples para que no los olviden.

Principio de orquestación.

La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes ángulos, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. “Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad”.

Principio de la verosimilitud.

Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sonda o de informaciones fragmentarias. Utilizar personas con prestigio social para que realicen la argumentación.

Principio de la silenciación.

Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.

Principio de la transfusión.

Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas de la población.

Principio de la unanimidad.

Llegar a convencer a mucha gente de que piensa “como todo el mundo”, creando una falsa impresión de unanimidad. El famoso, “como todo el mundo sabe”, “el pueblo está harto de sus políticas, señor mío”, etc.

Principio de exageración y desfiguración.

Tenemos ejemplos recientes de utilización de estos dos principios. Uno muy famoso, planetario. No podemos borrar la imagen de la caída de las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Las hemos visto caer mil veces, desde miles de ángulos, con detalles, muchas veces morbosos. El efecto amplificador que el hecho ha tenido a posteriori en la “aldea global” (que tan magníficamente supo ver Marshall McLuhan) ha supuesto que todos los países occidentales viésemos en el efecto de la caída de ese símbolo y la materialización de las teorías de Samuel Huntington y su famoso “choque de civilizaciones”, donde clasifica las civilizaciones islámicas como rivales de la occidental. Pero no es mi propósito analizar la obra politológica de Huntington. Sólo quiero pararme, por un instante, en los años posteriores al 11 de septiembre de 2001. El miedo posterior generado en la sociedad norteamericana por ese cruento acto fue, desde mi punto de vista, bien utilizado por la administración Bush. En el sentido de plantear al ciudadano el manido dilema de “un poco de tu libertad a cambio de seguridad”, con la simple lógica de “ustedes tienen que ceder algo de su libertad para que nosotros, Estado, podamos protegerlos de forma más eficaz”. De esa forma guerras basadas en pruebas manipuladas, prisiones fuera de cualquier marco legal o sujeto al derecho internacional se fueron produciendo en una insólita cascada. Pese a la cesión de la sociedad, el tiempo nos ha demostrando que no estamos más seguros, ni mucho menos.

Como pueden constatar, muchos de estos once principios son aplicables a la sociedad actual

Si nos detenemos en los principios de vulgarización y orquestación, hoy día,  seguimos atendiendo a la banalización de la comunicación política. A base de la insistente y simplificación de la realidad a través de frases sencillas, eslóganes directos que cada partido y representante político repite (ya que es un argumentario prefijado desde los aparatos de los partidos) para que sea repetido hasta la extenuación por sus representantes. No importa si es cercano a la verdad, lo importante es que se repita y cale en la opinión pública.

Y, respecto al principio de la verosimilitud, no creo que a nadie nos sorprenda ver, a posteriori, como este argumentario político es repetido por los “tertulianos/as” profesionales que en distintos medios de comunicación, repiten como un “mantra” el argumento dictado desde los aparatos de los partidos políticos. Amplificando su transmisión y consolidando su voluntad de verosimilitud, ya que la misma es apoyada por personas ajenas al partido (generalmente analistas políticos o profesionales de los medios de comunicación cercanos al poder o al partido político en cuestión), pero que gozan de prestigio social.

Cada sociedad tiene su momento en la historia y sus paradigmas que intentan responder a los retos que se van planteando en el día a día y anticipar los futuros. Ese fue uno de los retos de la sociedad alemana en 1936 y 1937, los dos años en los que se centra la mencionada novela. Vislumbrar azarosamente el peligro que como sociedad se estaba materializando desde 1933, ser capaz de dimensionar el insondable abismo que se cernía sobre ella. El bien contra el mal, en esa eterna lucha, tantas veces repetida.

 

Espero que el mundo en el que vivimos actualmente, su sociedad, sea cada vez mejor. Para ello, así lo creo, los ciudadanos debemos involucrarnos más, debemos sentirnos concernidos ante nuestra imperfecta democracia, no sólo cada cuatro años, sino cada día, cada semana. Máxime si, como hemos visto estos últimos años, importantes actores e instituciones del sistema no han estado a la altura, nos han fallado.  No creamos que podemos cambiar el status quo sentados cómodamente en el sofá de casa con el mando a distancia de la televisión en la mano. Las democracias garantizan deberes y derechos, pero son los hombres los que deben luchar por ellos.